Fuente: por JUAN CARLOS RODRÍGUEZ GARCÍA
Tienen medio de aceptar su rol como regeneradores del tejido social
Sí, los jueces tienen miedo de hacer la diferencia. Tienen medio de aceptar su rol como regeneradores del tejido social. Miedo de levantarse un día y descubrir que su chamba los supera, los aleja de la solución final: comprometerse con la justicia y el imperio de la ley. Caminan con los ojos vendados, dando tumbos, faltando a su palabra, baleando su juramento de servir al país y dar un ejemplo de civilidad, de valor civil y aleccionar a los mexicanos sobre las distintas maneras de ser que se requieren para salir del hoyo. Despachan sin ganas, sin pasión, odiando a la comunidad, nunca pretendiendo salvarla, ajenos al compromiso por México. Burocratizando, haciendo lenta la justicia… incluso prostituyéndola.
Los jueces tienen como función principal resolver los conflictos jurídicos entre dos o más partes. Decidir quién tiene la razón y fallar en su favor. Los jueces emiten sentencias, esos documentos históricos, en virtud de los cuales los hombres del mañana conocerán la forma de pensar y de decidir de sus antepasados. La sentencia es la expresión del arte de juzgar, un bello objeto de argumentación en favor de lo justo. (¡Y vaya que no es un tema menor la discrepancia entre lo justo y lo legal!)
Los jueces se refugian en un conocimiento literal de la ley y evitan -por cualquier medio- que sus decisiones sean controversiales. Se alejan de la sociedad y viven en su torre de marfil, desconexos, agremiados en sus cofradías del santo desacato, obnubilados por sus quincenas anesteciantes, sus empleados apaleados, con su abyección ante los abusos del poder, su fanatismo por el poder del dinero.
¿Quién es el juez que engarzan los valores de la democracia?, ¿dónde despacha el juez que cree en su poder y lo usa para el bienestar colectivo de los mexicanos?, ¿dónde está el juez que ama su trabajo y cree en la justicia? ¿dónde está ese juez? veremos
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